En Mayo del 2010 realizamos un intento de ascensión del Moncayo que, teniendo en cuenta las malas condiciones meteorológicas (que conocíamos de antemano) fue algo estúpido y temerario. Pero a veces se hacen estas cosas... Medio helados nos retiramos a pocos metros de la cima. Durante la bajada nos vimos implicados en el rescate de un montañero solitario que, como nosotros y con peor suerte, se había aventurado a subir la montaña un día que no tocaba.La experiencia fue intensa y aleccionadora, recogiéndola en el relato que ahora colgamos en este blog.
Una
vez mas el mal tiempo nos hace abortar los planes de ir al Aneto con Rosa y Martí. El jueves por la noche telefoneo a este último y le propongo subir el Moncayo
desde Cueva de Agreda (vertiente SO). La ruta es sencilla pero poco transitada,
en parte por su desnivel (algo mas de 1000 m), en parte por quedar alejada de
Zaragoza (que es de donde vienen la mayoría de montañeros que suben esta
montaña). La propuesta deja a Martí algo perplejo. Me pregunta por la previsión
del tiempo en esa zona. “Para el domingo, el AEMET da una probabilidad de lluvia
del 85%, pero no es del 100%...”, contesto con naturalidad. Nuestro amigo queda
mudo… Al cabo de diez minutos nos llama para decir que lo ha hablado con Rosa y
la respuesta es sí… Un cuarto de hora mas tarde ya hemos reservado habitaciones
en el hostal Doña Juana del pueblo de Agreda. Empieza una aventura que tardaremos en olvidar…
Sábado
8 de Mayo 2010. A las 12.30 h partimos de Begues. Sobre las 15.00 h paramos en Fraga para comer. El resto del viaje
transcurre sin incidencias. También sin apenas ver la Sierra del Moncayo oculta por las nubes. Mal fario…
Tras
410 Km y 4.5 horas efectivas de viaje, a las 17.55 h llegamos al soriano pueblo
de Agreda. Nos registramos en el hostal, dejamos los trastos en las
habitaciones y vamos a visitar la localidad. Durante dos horas recorremos
calles empedradas y extrañamente solitarias. Nos sorprende el gran número de
edificios monumentales y cargados de historia que están medio dejados de la
mano de Dios, suponemos que por falta de presupuesto. El cielo sigue tapado y llovizna ocasionalmente. Una
señora nos dice que mañana hará buen tiempo. Nadie la cree… De vuelta al hostal
nos tomamos unas cervezas y cenamos. Poco antes de las once nos vamos a dormir.
Antes de meterme en la piltra abro la ventana. No hace frío, ni viento, pero llueve en serio. A ver que pasa mañana…
Domingo
9 de Mayo 2010. La alarma del móvil suena a las 6.00 h. Llueve con insistencia. ¿Para qué madrugar? Habló con Martí y acordamos
encontrarnos a las 7.30 h en el bar. El desayuno es escaso. Café con leche y un triste
bizcocho. Pero no importa. Con el día que hace seguro que pronto volveremos a
estar comiendo… Poco después cogemos los trastos, los ponemos en el coche y, sin
demasiado entusiasmo, partimos rumbo a Cueva de Agreda.
El
viaje es corto (20 Km). En algo menos de 25 minutos llegamos a nuestro destino.
Cueva de Agreda son unas cuantas casas bajo un cerro situado al pie de la cara
SO del Moncayo. En el cerro vemos la entrada vallada de una gran cueva que da
nombre al pueblo, cuyas galerías superan los 300 m de recorrido. La leyenda
dice que ahí vivía el dios Caco. Haciendo honor a su nombre, Caco se apropió de
parte del rebaño de bueyes que Hércules tenía en los alrededores y los escondió
en la cueva. Los animales que se libraron del
robo llamaron la atención de su amo bramando a una en dirección a la caverna.
Hercules, que sólo era semi-dios pero se lo creía mucho, agarró un buen rebote.
En un alarde de fuerza y liberó a los bueyes. Después agarró a Caco de los
cataplines y le dio de hostias hasta el carné de identidad. Seguidamente, lo
llevó a rastras hasta una llanura cercana y lo sepulto bajo un enorme montón de
tierra y roca, que con el tiempo se conoció como el monte Moncayo. ¡Joder con
el machote! Cualquiera se mete con él…
Hoy
llueve en Cueva de Agreda. El enorme montón de tierra y roca esta oculto tras
las nubes. Dejamos el coche en la salida del pueblo. Un cartel informativo
marca el inicio de la ruta que queremos hacer. Todos tenemos en mente que no es
día para subir ningún monte, y menos el Moncayo. Sus formas redondeadas e
inocentes contrastan con sus condiciones climáticas, que acostumbran a ser muy
duras. Recuerdo haber leído que en España la mayor concentración de accidentes
de montaña ocurren aquí y en el Mulhacén, un dato a considerar... Pero nadie
habla de darnos la vuelta. Con la mayor naturalidad salimos del coche.Nos ponemos los
cubre-pantalones, la chupa de gore y cubrimos la mochila con la funda de nylon.
Después echamos a andar bajo una lluvia fina pero continua (8.45 h, 1305 m).
No es la primera vez que visitamos el Moncayo.
Encarna lo ha subido dos veces. Yo una y, como ella, por la vía normal que parte
del Santuario, en el lado zaragozano de la montaña. La vertiente soriana la
desconocemos por completo. Durante un buen rato caminamos por una pista que,
tras pasar junto a un campo de fútbol y una cadena que impide el paso de
vehículos, sube suavemente entre el robledal del barranco del Colladillo. A
nuestra derecha corren las aguas del río Mulas. La ruta coincide íntegramente
con el GR 86, por lo que debería ser bastante clara y estar bien señalizada. Pero el Moncayo es el Moncayo…
Ante la circunstancia mas que posible (un 85% de probabilidad) de tener niebla
y mal tiempo (y por tanto poca visibilidad), y para no engordar el largo
historial de gente perdida en esta montaña, he hecho algo totalmente nuevo para
mí. Cargar la ruta de la excursión en el GPS…
Pronto
nos atrapa la avanzadilla de una niebla que se hace mas espesa conforme ganamos
altura. Abandonamos la pista cuando cruza un puente de cemento y pasa al otro
lado del barranco (9.22 h, 1435 m). Sin cambiar de vertiente continuamos al
norte, por un camino estrecho señalizado por hitos y viejas marcas rojas y
blancas… La subida se hace mas sostenida, la niebla mas densa, la visibilidad
se reduce a pocos metros... Salimos del bosque y entramos en laderas de piedras
y matorrales. Aislados del exterior gracias a nuestras prendas impermeables,
caminamos bajo el chirimiri centrando la vista en los metros de senda que
tenemos delante, atentos a no resbalar al pisar las rocas mojadas. El ambiente
frío nos ayuda a llevar un ritmo tranquilo y poco cansado. Dejamos atrás una
zona estrecha del valle y entramos en otra menos pendiente. Cerca del río vemos
algún resto del motor y el fuselaje de un Phantom que se estrelló aquí hace mas de
20 años. De cuando en cuando hacemos un breve alto para situarnos sobre el mapa
a partir de la altura que da el GPS. El camino siempre claro, y la línea de la
ruta a seguir que muestra la pantalla del instrumento, nos dan seguridad. Pero
encuentro a faltar la aventura de rastrear el camino y la dosis de
incertidumbre que comporta. Nunca seré un montañero.com…
El
ascenso, siempre mojado y sin vistas, transcurre de forma tranquila, sin
incidencias. El valle se ensancha ligeramente y gira a la derecha (O, 10.15 h,
1760 m). Volvemos a verificar nuestra posición en el plano. Delante (N) debe de
haber una canal poco marcada que no hay que seguir (lleva al collado de
Castilla). Nuestra ruta continúa por el valle principal. Este se convierte en
una canal amplia y de inclinación sostenida, de casi 500 m de altura, que
finaliza en el collado del Alto de las Piedras, cerca de la cima. Dicen que esta canal es la parte mas dura de la excursión. A ver si es verdad.
Seguimos subiendo…
El
camino está menos marcado y, como que no se ve un pijo, se hace perdedor. En
cabeza del grupo me dejo guiar por la intuición. De cuando en cuando, una vieja
marca roja y blanca (y también una rápida ojeada al GPS) confirman que vamos
bien. Ascendemos por el eje de una canal rocosa, estrecha y algo incómoda. Por
tres veces nos toca superar pequeños neveros. La ascensión entra en la
monotonía usual de las cosas controladas. Con la altura el
ambiente se hace frío. Aparece una suave brisa que poco a poco gana
intensidad. A unos 2000 metros abandonamos el eje de la canal (mas
arriba ocupada por una larga lengua de nieve) y subimos por las pendientes
situadas a su derecha (10.48 h). Poco a poco remontamos una interminable ladera
de piedras y matorrales aprovechando sendas de paso que no sabemos si son de
personas o de animales. Muy de cuando en cuando.un pequeño hito dice que vamos
bien. A 2100 metros empezamos a encontrar nieve fresca. El viento gana
intensidad. El ambiente se recrudece. Nos detenemos para ponernos algo mas de
ropa de abrigo. Después seguimos subiendo sin visibilidad y en línea recta
hacia el oeste…
Poco
a poco el terreno pierde inclinación. El viento es fuerte y helado. Rosa y
Encarna paran y se ponen mas abrigo (2210 m, 11.18 h). Marti y yo no nos
detenemos. Seguimos subiendo en busca de un collado que no debe andar lejos...
A veces las excursiones tienen un momento crítico, en el que las decisiones
que se toman condicionan lo que ocurre después. El problema es uno se da cuenta mas tarde, cuando es difícil o no se puede
rectificar. El momento crítico de nuestra ascensión es la parada de
las chicas. Si todos nos hubiéramos detenido para abrigarnos y protegido
convenientemente no solo el cuerpo, sino también las manos y la cabeza, las
cosas habrían ido por derroteros muy distintos. Pero no sólo no lo hacemos,
sino que yo considero que la parada es innecesaria. Estoy convencido de que tal
como vamos (en mi caso con los guantes empapados y la cabeza protegida solo con
la fina capucha de la chupa y una gorra veraniega de visera) alcanzaremos la
cima sin grandes problemas. Allí podremos guarecernos del viento en
alguno de sus parapetos de piedras, abrigarnos, comer y descansar con relativa
tranquilidad. No pienso que mas arriba las condiciones pueden ser
mucho peores. Cometo un gran error que tendrá
malas y también buenas consecuencias…
Cuando
unos minutos mas tarde (11.29 h) alcanzamos el cordal, algo a la izquierda
(NO) del collado de las Piedras (2252 m), nos encontramos con un infierno. El viento huracanado nos zarandea sin piedad, arrastrando partículas
de hielo que impactan dolorosamente sobre la cara. La sensación térmica es muy
baja y causa estragos rápidamente. Así y todo, sigo creyendo que podemos
alcanzar la cumbre. Tanto es así que me permito el lujo de pedirle a los compis
que posen para una fotografía. Después
emprendemos el último tramo de la ascensión.
El cordal es muy ancho, apenas casi sin nieve y asciende suavemente. La visibilidad es
nula. Pero no hay posibilidad de pérdida. El viento y el frío hacen que cada paso sea un acto de
fe. Apoyándonos en los bastones avanzamos muy poco a poco, inclinados para
contrarrestar la fuerza del vendaval. Noto la cara y la nariz helada. Me cuesta
respirar. Los guantes de lana mojados están tiesos. De la muñeca en
adelante no tengo sensibilidad. ¡Joder con la ventisca! Pega pero que muy
fuerte… Mis compañeros me siguen titubeantes. Lo están pasando tan mal o peor
que yo, pero no dicen nada. Tras recorrer 150 metros la situación se hace
insostenible. Rosa, con las manos heladas, intenta sin éxito ponerse unos
guantes. La ayudamos y solo conseguimos que entre la mitad de la mano. En mi
interior, el sentimiento de seguir pugna con el de darnos la vuelta. La cima
esta muy cerca, sólo a cien metros en línea recta y menos de 15 de desnivel. En
condiciones normales apenas un par de minutos. Hoy una eternidad…
Finalmente
Martí le pone el cascabel al gato. Nos dice que si queremos continuemos, pero
que él y Rosa se van para abajo. A Encarna, que es la que va mejor abrigada, no
le parece mal continuar, aunque sólo sea para tocar la cruz de la cima y bajar
inmediatamente. Pero yo también estoy helado… Lo que mas me jode es pensar en
el jersey, el pasamontañas y los guantes secos
que llevo en la mochila. Sin un lugar donde guarecerse del huracán, es
imposible sacarlas y ponérmelas sin arriesgarme a perderlas. Me doy cuenta de
mi error y me siento fatal. Tendría que haberlo hecho antes, cuando pararon las
chicas… Ni tengo, ni quiero tener argumentos contra la propuesta de Martí. Así
que, tras acordarlo con Encarna, le digo que también nos vamos para abajo Me
pasa por la cabeza hacernos una fotografía, pero pienso, ¿para qué…? Son las
11.40 h. El GPS marca 2302 m de altura. La cumbre esta a 2315 m… En todos los
años que voy al monte no recuerdo una retirada tan cerca de la cima.
Buscando
salir del vendaval lo antes posible, abandonamos el cordal y bajamos en
diagonal por la ladera oeste hasta encontrar nuestras huellas de subida. La situación mejora y nos detenemos para “componernos” un poco. Nos damos cuenta de que el
viento se ha llevado la funda de la mochila de Encarna. Continuamos el descenso
por la ruta que ya conocemos, sin correr (que las piedras mojadas o con nieve
resbalan mucho) y sin parar. La nuestra es una huida serena en busca de zonas
mas agradables. A medida que perdemos altura el viento encalma. Poco a poco la
paz vuelve a nuestros cuerpos en forma de calor. Las manos reaccionan y duelen.
Al igual que en la subida, caminamos en silencio entre la niebla,, sumidos en
nuestros pensamientos.
Tras
dejar atrás los tres pequeños neveros, encaramos el descenso del tramo de canal
estrecho y rocoso. De repente la niebla se abre y forma una ventana hacia
abajo. Por primera vez desde que dejamos el coche vemos algo de paisaje. La
moral sube y los ánimos, que no la euforia, se disparan. Son las 12.15 h y nos
encontramos a 1915 m. “Antes de las tres nos estamos zampando un chuletón”
pienso en voz alta…
Justo
en ese momento oímos voces y un silbido que vienen de arriba. Nos detenemos y
observamos en esa dirección (S). Entre la niebla distinguimos una figura que
agita los brazos. Hasta ahora hemos ido en absoluta soledad y nos sorprende ver a alguien mas en la
montaña. “No somos los únicos chiflados” le comento a Encarna. La figura sigue
silbando y dando voces que no acierto a comprender. Hasta que oímos una palabra
que nos estremece “¡Socorro!”… Al momento pregunto “¿Qué pasa…?”. La
respuesta nos deja mas helados que el vendaval del cordal “Necesito ayuda, voy
solo y me he roto una pierna…”. “Adiós al chuletón” pienso en voz alta. Dejamos
el camino para ir al encuentro del accidentado.
Remontamos
la ladera de piedras resbaladizas con cierto temor por lo que podamos encontrar
mas arriba. La niebla, que va y viene, medio oculta la figura que gesticula,
grita y silba intentando guiarnos. Tras superar 115 metros de desnivel llegamos
a una pequeña repisa donde encontramos a un chico tumbado en el suelo (12.31 h,
2030 m). La situación es mejor de lo que
pensábamos. No hay sangre, el herido está sereno y no presenta signos evidentes
de destrozo. Con cierto desorden nos cuenta que ha resbalado en las rocas
mojadas, que cree que se ha roto el tobillo derecho (al intentar apoyar la
pierna siente un dolor terrible en esa zona), que ya ha avisado al 112 y ha
hablado con la Guardia Civil…
La experiencia en algunas situaciones
parecidas, lo que he leído, oído y me han explicado, y el sentido común (que
como todo el mundo sabe es el menos común de los sentidos), me ayudan a
establecer un criterio de actuación :
●mantener
la calma y la serenidad
●nada
de intentar evacuar el herido; esperar y colaborar con el dispositivo de
rescate
●como
que aparte del problema de la pierna el hombre está bien, no hemos de
auxiliarle médicamente (ni sabemos ni tenemos con que hacerlo) ; a lo sumo darle una pastilla de
iboprufeno que le ayude a soportar el dolor
●nuestro
papel debe ser acompañar al herido y atender sus necesidades, distraerlo e
intentar que esté lo mejor y mas cómodo posible, que no tenga frío y no se
mueva.
●en
estas condiciones meteorológicas el rescate ira para largo, así que hemos de
abrigarnos, ponernos cómodos y, sobre todo, armarnos de paciencia.
Con
estas premisas nos organizamos. Después de dejar las mochilas y abrigarnos (al
estar quietos y mojados se nota mas el frío) nos dedicamos enteramente al
accidentado. Cuando este nos oye hablar en catalán el empieza a hacerlo en
valenciano. ¡Sorpresa! Nuestro nuevo amigo es de un pueblo cercano a Xativa
(Valencia) y vive en Tudela. Va bien equipado y se declara un habitual de la
Sierra del Moncayo, que la conoce al dedillo. A pesar del mal tiempo hoy se
decidió a hacer una ascensión matinal. Dejó el coche en santuario de Nuestra
Señora del Moncayo y partió hacia la cima. Las malas condiciones meteorológicas
y la ausencia de visibilidad hicieron que se perdiera cerca del cordal. Cuando
se dio cuenta de que estaba en un lugar que no tocaba, decidió acortar yendo
ladera a través. Entonces ocurrió el accidente... Enseguida avisó al 112. Unos
minutos mas tarde se abrió temporalmente la niebla, nos vio y pidió ayuda…
En
toda esta historia hay algo que no cuadra. Le preguntamos que cómo es que, si ha
salido desde el Santuario, ahora está en la vertiente opuesta de la montaña. Muy
sorprendido nos contesta “Hostia, pues si que me he despistado… Estaba
convencido de estar en la otra cara y así se lo he comunicado a la Guardia
Civil…” Por tanto lo estarán buscando en el lugar equivocado. La situación se
complica…
Inmediatamente
llamamos al 112. Nos atiende alguien de Zaragoza poco ducho en temas de
montaña. Le explicamos el error y le damos las coordenadas que indica nuestro
GPS. Nos sorprende que pregunten cuanto tiempo y distancia hay hasta el pueblo
mas cercano (Cueva de Agreda) y si podemos bajar nosotros al herido.
Evidentemente nuestra respuesta es NO. Nos dicen que avisan a la Guardia Civil.
Al cabo de un rato nos llama la benemérita. De nuevo hemos de explicar qué,
cómo y dónde. Nos preguntan por el estado del herido, si va abrigado, el tiempo
que hace, las características del terreno donde estamos… La conversación
finaliza diciéndonos que activan el dispositivo de rescate…
Pasa
el tiempo. Las llamadas de la Guardia Civil se repiten. Parece que valoran si
han de actuar por tierra o por aire. Les decimos que creemos que lo mejor es la
vía aérea, ya que ha parado de llover y la niebla se ha retirado a un centenar
de metros por encima nuestro. Finalmente nos comunican que optan por el
helicóptero y que se ponen en marcha…
Un
momento especialmente sorprendente es cuando nuestro amigo llama a su mujer.
Tras prepararla con un “tranquila y no te preocupes que estoy bien”, le dice
con toda naturalidad que se ha roto una pierna en el monte, que no está solo y
que está esperando que le evacuen. ¡Casi na…! La conversación finaliza con un
sorprendente “Vete a comer con tus amigas y no me esperéis; en cuanto sepa a
que hospital me llevan te llamo…”
Después de colgar nos explica que su mujer esta embarazada de 8 meses…
¡Menudo susto…!
No
sabemos cuanto tiempo llevamos esperando. El frío se nota. Acomodamos lo mejor
posible al herido y lo cubrimos con una manta térmica. El hombre es parlanchín
y nos cuenta muchas cosas. Que ya se rompió la tibia y el peroné de la pierna
izquierda, también en el monte. Que ha ayudado en varios rescates en montaña.
Que uno de sus sueños siempre ha sido volar en helicóptero… ¡Menudo bicho esta
hecho el tío! Continuamente miramos el cielo. El tiempo se mantiene. La niebla
continúa mas arriba, hay visibilidad y sopla un viento moderado. Pero tememos
que la situación cambie y complique el rescate…
Finalmente
aparece el helicóptero. Se aproxima dando una gran vuelta y pasa algo alejado
de nosotros. Ya nos han localizado. Nuevas llamadas telefónicas. En una segunda
pasada el “pájaro” se acerca mucho mas, pasando unos cinco metros por encima.
Nuestro amigo esta nervioso y emocionado. Nosotros también. Las maniobras de
aproximación se repiten. Parece que hay problemas. El helicóptero vuelve al
fondo del valle. Al cabo de unos minutos aparece de nuevo. Esta vez la cosa va
en serio. Se acerca lentamente. A unos veinte metros de donde nos
encontramos se detiene en vuelo estacionario, a poco mas de un metro del suelo, y
salta un Guardia Civil. Después se eleva y desaparece valle abajo…
Con
la llegada del profesional nos sentimos liberados. El toma el mando de la
situación. El resto obedecemos. Es un
chico joven y reservado, con pinta de escalador deportivo. Tras interrogar al
herido y valorar su estado nos explica que el terreno y el viento hacen que el
acercamiento del helicóptero sea una maniobra muy arriesgada. Cree que nosotros
vamos con el herido. Le decimos que no y comenta que ha tenido mucha suerte en
encontrarnos, ya que por este valle sube poca gente. “Desde luego que ha tenido
suerte”, le contesto… Pienso que de haber hecho cima y haber bajado por otro
camino (como teníamos previsto hacer) ahora estaría mas solo que la una y con
la gente buscándolo en el otro lado del monte…
El
guardia pide que uno de nosotros le ayude a llevar al herido a otro lugar mas adecuado para el helicóptrero y a
subirlo al mismo. Me ofrezco voluntario. A Encarna, Rosa y Martí les dice
que se alejan unos metros. Nuestro amigo es de tamaño XXL. Trasladarlo hasta
una repisa situada unos quince metros mas arriba será doloroso para él y duro para nosotros. Ponemos al herido de pie y le pedimos que, apoyándose en el
guardia y en mí, de pasos con la pierna buena. La operación no es nada fácil
debido a la envergadura del hombre y a las rocas resbaladizas. Poco a poco, con algún que otro traspié, que hace que nuestro amigo vea las estrellas,
recorremos el trecho que hay hasta la repisa. Una vez allí nos sentamos
en el suelo y esperamos el helicóptero que ya viene para aquí. Son momentos de
intensa emoción. Levantando una fuerte corriente de aire y con un ruido
ensordecedor, la máquina se acerca a
menos de dos metros e intenta apoyar la parte delantera de los patines. El
viento lo balancea ligeramente y el terreno (de unos 30º de inclinación) está
muy cerca de las aspas. El riesgo es grande y evidente, pero no me doy cuenta.
Me concentro en estar listo para ayudar al accidentado en la cabina cuando se
me diga. El guardia se acerca al helicóptero. Pero antes de llegar a tocarlo la
máquina da un bandazo, sale de lado y se aleja valle abajo. Intento fallido…
Encarna, Rosa y Martí han seguido la maniobra con el corazón en un puño. Yo me
siento agotado y vacío…
La
maniobra se repite sin éxito dos veces mas. “No vale la pena jugársela por un
tobillo roto…” sentencia el guardia civil. Intenta hablar por radio con el
resto del equipo de rescate, pero al walkie se le han agotado las batería y tiene
que usar un de nuestros teléfonos... Se decide evacuar al herido por tierra
hasta un nuevo lugar, situado mas abajo, donde el helicóptero pueda acceder sin riesgo. Miro a nuestro
amigo y le digo, “Ahora si que nos lo vamos a pasar bien…” El sonríe forzadamente y no dice
nada…
Por el fondo del valle sube otro guardia. El
hombre es un atleta y en unos minutos se reúne con nosotros. El herido bajará
igual que ha subido hasta aquí, apoyándose en dos espaldas y yendo a la pata
coja. Como que será muy lento y cansado habremos de turnarnos en el acarreo.
Cada vez tengo mas claro que hoy no dormiremos en Begues. Los guardias inmovilizan la pierna del
herido con una férula. Seguidamente se inicia la evacuación…
La
comitiva de rescate es muy simple. Los dos guardia civiles pasándolas putas
cargando con el accidentado, que intenta olvidar el dolor y poner buena cara.
Yo que les acompaño con su mochila (que pesa un huevo) fijada a
la mía (que tampoco se queda corta). Encarna, Rosa y Marti alrededor nuestro,
indicando los mejores sitios para bajar y atentos a cualquier cosa que pudiera
suceder. La situación me recuerda una procesión de Semana santa. Caminamos muy
poco a poco, haciendo paradas cada tres o cuatro pasos para que tanto los
guardias como el herido puedan descansar. Sólo falta que alguien nos cante una
saeta… Esta claro que así no llegaremos de noche, si no mañana... Me pregunto
como afectará a la pierna tamaño meneo. Deberíamos transportar al accidentado
en una camilla de esas que se llevan entre cuatro, y cambiarnos continuamente
antes de agotarnos físicamente. Pero no hay camilla y falta gente. Quiero
suponer que ya esta subiendo a pie un equipo de rescate bien equipado. Pero si
es así, ¿por qué estamos haciendo este acarreo…?
En
media hora descendemos unos 70 metros de desnivel. El fondo de la canal y el GR
ya están cerca. No hemos hecho mas que empezar y ya estamos baldados.
Conscientes de que la cosa no funciona, uno de los guardias llama por teléfono.
Después nos dice que el helicóptero va a volverlo a intentar. Me sorprende
porque el terreno es peor y hace mas viento que cuando se probó mas arriba. La maniobra será mucho mas arriesgada. Les doy la mochila
de nuestro amigo y nos apartamos una treintena de metros.
Unos
minutos mas tarde llega el pájaro. La situación similar a las anteriores. Muy
lentamente se aproxima hasta dos metros escasos de los tres hombres. Sigue
avanzando centímetro a centímetro, manteniéndose en el aire con un ligero
balanceo. Finalmente consigue apoyar la parte delantera del patín en el suelo e
inclinarse levemente hacia delante. El extremo de las aspas esta muy cerca de
las rocas. Un pequeño desequilibrio podría causar una catástrofe. Encarna me
dice que antes pasó lo mismo, pero entonces no lo veía... ¡Que
miedo! Después de unos instantes eternos, uno de los guardias consigue abrir la
puerta, sube al interior y tira hacia arriba del herido, que entra en la cabina
como si lo impulsara un resorte. Después se encarama el otro guardia que lleva
la mochila en una mano. En ese momento la máquina tiene un ligero desequilibrio, se balancea y eleva bruscamente. La maniobra hace que el hombre suelte la mochila para
poder agarrarse y no caer. El helicóptero sube mas, bascula lateralmente y sale
disparado valle abajo. Mientras tanto la mochila baja rodando por la ladera y
se detiene cerca del fondo de la canal. Son las 15.31 h. Sonrío pensando que al final nuestro amigo ha hecho realidad su sueño de volar
en helicóptero… Han pasado casi 3 horas desde que empezó todo. Considerando como iban las cosas me parece poco tiempo. Podremos dormir
en casa…
Nos quedamos solos. Después de tanto ajetreo nos sentimos extraños sin nadie mas. Recojo la mochila del herido y la sujeto a la mía. Tenemos el email del dueño, por lo que ya encontraremos la manera de hacérsela llegar. Tras un breve alto para serenar el cuerpo y la mente bajamos hasta el GR y proseguimos el descenso en el punto donde lo dejamos. La bajada es tranquila, sin niebla, ni frío... Hacia abajo podemos disfrutar del paisaje que no vimos cuando subíamos. Hacia arriba el Moncayo sigue tapado…
Ya
en la pista, poco antes de que lleguemos al pueblo, viene a nuestro encuentro
un todo terreno de la Guardia Civil. Del mismo sale uno de los guardias que
participaron en el rescate. Tras saludarnos le entregamos la mochila.
Preguntamos por el estado del accidentado, pero no sabe nada. Nos da las
gracias por todo y nos despedimos con un choque de manos que bien podría haber
sido un abrazo. No sabemos como se llama, posiblemente no nos volveremos a ver,
pero las vivencias que hemos compartido son de las que se recuerdan.
Me pregunto que sueldo paga un trabajo en el que uno se juega la vida para
ayudar a los demás…
A
las 17.02 h llegamos al coche. El cielo se ha vuelto a poner negro y empieza a
lloviznar. Nos cambiamos de ropa y calzado. Tardamos un rato en resolver el
puzzle de colocar todos los trastos en el maletero del coche de Rosa. Después nos zampamos una empanada que compramos en Agreda, regada con una botella de 1.5 l de
Aquarius bien fresquita. Unos
minutos antes de la 17.30 h iniciamos el viaje de vuelta a casa. A las
diez de la noche llegamos a Begues. Nos sentimos física y psíquicamente cansados…
De
esta forma finaliza nuestro intento al Moncayo. Los hechos
y las circunstancias acontecidas han
sido excepcionales, por lo menos para nosotros. A toro pasado, podría
analizarse todo lo ocurrido y el por que, sacando conclusiones y enseñanzas.
Pero no voy a hacerlo. Aquí están los hechos. El que quiera que juzgue y
valore. Pero que no olvide que, como todo en esta vida, en temas de montaña nadie esta libre de
culpa. Como dijo uno de los guardias civiles del rescate, sólo te pasan cosas
si haces cosas…
EniEn - Mayo 2010
EniEn - Mayo 2010
Hay es nada Enric, un relato fascinante, cuento y drama-intriga incluidos,y hasta has incluido unos consejos de los mas didácticos a tener en cuenta en la montaña a la hora de afrontar un rescate.
ResponderEliminarEn enhorabuena y un abrazo
Que gran relato Enric, interesante, ameno y absorvente y qué gran aventura que contar. La retirada tan cerca de la cima es una lástima, pero como decía mi abuelo: "un soldado cobarde vale para dos guerras". Jejeje, siempre se puede intentar otra vez.
ResponderEliminarUn saludo.
Pues vaya vaya con el Moncayo. Parece un pico de vacas pero cuando sopla el cierzo puede ser un infierno. La moraleja es que en la montaña siempre hay que ir bien equipado. Como dice un colega mío: no hay enemigo pequeño.
ResponderEliminarBueno, me alegro del final feliz.