Rutas e historias de montaña mas o menos normales, y alguna cosa mas…

miércoles, 12 de septiembre de 2012

INTENTO Y RESCATE EN EL MONCAYO

En Mayo del 2010 realizamos un intento de ascensión del Moncayo que, teniendo en cuenta las malas condiciones meteorológicas (que conocíamos de antemano) fue algo estúpido y temerario. Pero a veces se hacen estas cosas...  Medio helados nos retiramos a pocos metros de la cima. Durante la bajada nos vimos implicados en el rescate de un montañero solitario que, como nosotros y con peor suerte, se había aventurado a subir la montaña un día que no tocaba.La experiencia fue intensa y aleccionadora, recogiéndola en el relato que ahora colgamos en este blog.






Una vez mas el mal tiempo nos hace abortar los planes de ir al Aneto con Rosa y Martí. El jueves por la noche telefoneo a este último y le propongo subir el Moncayo desde Cueva de Agreda (vertiente SO). La ruta es sencilla pero poco transitada, en parte por su desnivel (algo mas de 1000 m), en parte por quedar alejada de Zaragoza (que es de donde vienen la mayoría de montañeros que suben esta montaña). La propuesta deja a Martí algo perplejo. Me pregunta por la previsión del tiempo en esa zona. “Para el domingo, el AEMET da una probabilidad de lluvia del 85%, pero no es del 100%...”, contesto con naturalidad. Nuestro amigo queda mudo… Al cabo de diez minutos nos llama para decir que lo ha hablado con Rosa y la respuesta es sí… Un cuarto de hora mas tarde ya hemos reservado habitaciones en el hostal Doña Juana del pueblo de Agreda. Empieza una aventura que tardaremos en olvidar…

Sábado 8 de Mayo 2010. A las 12.30 h  partimos de Begues. Sobre las 15.00 h paramos en Fraga para comer. El resto del viaje transcurre sin incidencias. También sin apenas ver la Sierra del Moncayo oculta por las nubes. Mal fario…

Tras 410 Km y 4.5 horas efectivas de viaje, a las 17.55 h llegamos al soriano pueblo de Agreda. Nos registramos en el hostal, dejamos los trastos en las habitaciones y vamos a visitar la localidad. Durante dos horas recorremos calles empedradas y extrañamente solitarias. Nos sorprende el gran número de edificios monumentales y cargados de historia que están medio dejados de la mano de Dios, suponemos que por falta de presupuesto. El cielo sigue tapado y llovizna ocasionalmente.  Una señora nos dice que mañana hará buen tiempo. Nadie la cree… De vuelta al hostal nos tomamos unas cervezas y cenamos. Poco antes de las once nos vamos a dormir. Antes de meterme en la piltra abro la ventana. No hace frío, ni viento, pero llueve en serio. A ver que pasa mañana…   


Domingo 9 de Mayo 2010. La alarma del móvil suena a las 6.00 h. Llueve con insistencia. ¿Para qué madrugar? Habló con Martí y acordamos encontrarnos a las 7.30 h en el bar. El desayuno es escaso. Café con leche y un triste bizcocho. Pero no importa. Con el día que hace seguro que pronto volveremos a estar comiendo… Poco después cogemos los trastos, los ponemos en el coche y, sin demasiado entusiasmo, partimos rumbo a Cueva de Agreda.

El viaje es corto (20 Km). En algo menos de 25 minutos llegamos a nuestro destino. Cueva de Agreda son unas cuantas casas bajo un cerro situado al pie de la cara SO del Moncayo. En el cerro vemos la entrada vallada de una gran cueva que da nombre al pueblo, cuyas galerías superan los 300 m de recorrido. La leyenda dice que ahí vivía el dios Caco. Haciendo honor a su nombre, Caco se apropió de parte del rebaño de bueyes que Hércules tenía en los alrededores y los escondió en la cueva. Los animales que se libraron del robo llamaron la atención de su amo bramando a una en dirección a la caverna. Hercules, que sólo era semi-dios pero se lo creía mucho, agarró un buen rebote. En un alarde de fuerza y liberó a los bueyes. Después agarró a Caco de los cataplines y le dio de hostias hasta el carné de identidad. Seguidamente, lo llevó a rastras hasta una llanura cercana y lo sepulto bajo un enorme montón de tierra y roca, que con el tiempo se conoció como el monte Moncayo. ¡Joder con el machote! Cualquiera se mete con él…

Hoy llueve en Cueva de Agreda. El enorme montón de tierra y roca esta oculto tras las nubes. Dejamos el coche en la salida del pueblo. Un cartel informativo marca el inicio de la ruta que queremos hacer. Todos tenemos en mente que no es día para subir ningún monte, y menos el Moncayo. Sus formas redondeadas e inocentes contrastan con sus condiciones climáticas, que acostumbran a ser muy duras. Recuerdo haber leído que en España la mayor concentración de accidentes de montaña ocurren aquí y en el Mulhacén, un dato a considerar... Pero nadie habla de darnos la vuelta. Con la mayor naturalidad salimos del coche.Nos ponemos los cubre-pantalones, la chupa de gore y cubrimos la mochila con la funda de nylon. Después echamos a andar bajo una lluvia fina pero continua (8.45 h, 1305 m). 

No es la primera vez que visitamos el Moncayo. Encarna lo ha subido dos veces. Yo una y, como ella, por la vía normal que parte del Santuario, en el lado zaragozano de la montaña. La vertiente soriana la desconocemos por completo. Durante un buen rato caminamos por una pista que, tras pasar junto a un campo de fútbol y una cadena que impide el paso de vehículos, sube suavemente entre el robledal del barranco del Colladillo. A nuestra derecha corren las aguas del río Mulas. La ruta coincide íntegramente con el GR 86, por lo que debería ser bastante clara y estar bien  señalizada. Pero el Moncayo es el Moncayo… Ante la circunstancia mas que posible (un 85% de probabilidad) de tener niebla y mal tiempo (y por tanto poca visibilidad), y para no engordar el largo historial de gente perdida en esta montaña, he hecho algo totalmente nuevo para mí. Cargar la ruta de la excursión en el GPS…

Pronto nos atrapa la avanzadilla de una niebla que se hace mas espesa conforme ganamos altura. Abandonamos la pista cuando cruza un puente de cemento y pasa al otro lado del barranco (9.22 h, 1435 m). Sin cambiar de vertiente continuamos al norte, por un camino estrecho señalizado por hitos y viejas marcas rojas y blancas… La subida se hace mas sostenida, la niebla mas densa, la visibilidad se reduce a pocos metros... Salimos del bosque y entramos en laderas de piedras y matorrales. Aislados del exterior gracias a nuestras prendas impermeables, caminamos bajo el chirimiri centrando la vista en los metros de senda que tenemos delante, atentos a no resbalar al pisar las rocas mojadas. El ambiente frío nos ayuda a llevar un ritmo tranquilo y poco cansado. Dejamos atrás una zona estrecha del valle y entramos en otra menos pendiente. Cerca del río vemos algún resto del motor y el fuselaje de un Phantom que se estrelló aquí hace mas de 20 años. De cuando en cuando hacemos un breve alto para situarnos sobre el mapa a partir de la altura que da el GPS. El camino siempre claro, y la línea de la ruta a seguir que muestra la pantalla del instrumento, nos dan seguridad. Pero encuentro a faltar la aventura de rastrear el camino y la dosis de incertidumbre que comporta. Nunca seré un montañero.com…

El ascenso, siempre mojado y sin vistas, transcurre de forma tranquila, sin incidencias. El valle se ensancha ligeramente y gira a la derecha (O, 10.15 h, 1760 m). Volvemos a verificar nuestra posición en el plano. Delante (N) debe de haber una canal poco marcada que no hay que seguir (lleva al collado de Castilla). Nuestra ruta continúa por el valle principal. Este se convierte en una canal amplia y de inclinación sostenida, de casi 500 m de altura, que finaliza en el collado del Alto de las Piedras, cerca de la cima. Dicen que esta canal es la parte mas dura de la excursión. A ver si es verdad. Seguimos subiendo…

El camino está menos marcado y, como que no se ve un pijo, se hace perdedor. En cabeza del grupo me dejo guiar por la intuición. De cuando en cuando, una vieja marca roja y blanca (y también una rápida ojeada al GPS) confirman que vamos bien. Ascendemos por el eje de una canal rocosa, estrecha y algo incómoda. Por tres veces nos toca superar pequeños neveros. La ascensión entra en la monotonía usual de las cosas controladas. Con la altura el ambiente se hace frío. Aparece una suave brisa que poco a poco gana intensidad. A unos 2000 metros abandonamos el eje de la canal (mas arriba ocupada por una larga lengua de nieve) y subimos por las pendientes situadas a su derecha (10.48 h). Poco a poco remontamos una interminable ladera de piedras y matorrales aprovechando sendas de paso que no sabemos si son de personas o de animales. Muy de cuando en cuando.un pequeño hito dice que vamos bien. A 2100 metros empezamos a encontrar nieve fresca. El viento gana intensidad. El ambiente se recrudece. Nos detenemos para ponernos algo mas de ropa de abrigo. Después seguimos subiendo sin visibilidad y en línea recta hacia el oeste…

Poco a poco el terreno pierde inclinación. El viento es fuerte y helado. Rosa y Encarna paran y se ponen mas abrigo (2210 m, 11.18 h). Marti y yo no nos detenemos. Seguimos subiendo en busca de un collado que no debe andar lejos...

A veces las excursiones tienen un momento crítico, en el que las decisiones que se toman condicionan lo que ocurre después. El problema es uno se da cuenta mas tarde, cuando es difícil o no se puede rectificar. El momento crítico de nuestra ascensión es la parada de las chicas. Si todos nos hubiéramos detenido para abrigarnos y protegido convenientemente no solo el cuerpo, sino también las manos y la cabeza, las cosas habrían ido por derroteros muy distintos. Pero no sólo no lo hacemos, sino que yo considero que la parada es innecesaria. Estoy convencido de que tal como vamos (en mi caso con los guantes empapados y la cabeza protegida solo con la fina capucha de la chupa y una gorra veraniega de visera) alcanzaremos la cima sin grandes problemas. Allí podremos guarecernos del viento en alguno de sus parapetos de piedras, abrigarnos, comer y descansar con relativa tranquilidad. No pienso que mas arriba las condiciones pueden ser mucho peores. Cometo un gran error que tendrá malas y también buenas consecuencias…

Cuando unos minutos mas tarde (11.29 h) alcanzamos el cordal, algo a la izquierda (NO) del collado de las Piedras (2252 m), nos encontramos con un infierno. El viento huracanado nos zarandea sin piedad, arrastrando partículas de hielo que impactan dolorosamente sobre la cara. La sensación térmica es muy baja y causa estragos rápidamente. Así y todo, sigo creyendo que podemos alcanzar la cumbre. Tanto es así que me permito el lujo de pedirle a los compis que posen para una  fotografía. Después emprendemos el último tramo de la ascensión.

El cordal es muy ancho, apenas casi sin nieve y asciende suavemente. La visibilidad es nula. Pero no hay posibilidad de pérdida. El viento y  el frío hacen que cada paso sea un acto de fe. Apoyándonos en los bastones avanzamos muy poco a poco, inclinados para contrarrestar la fuerza del vendaval. Noto la cara y la nariz helada. Me cuesta respirar. Los guantes de lana mojados están tiesos. De la muñeca en adelante no tengo sensibilidad. ¡Joder con la ventisca! Pega pero que muy fuerte… Mis compañeros me siguen titubeantes. Lo están pasando tan mal o peor que yo, pero no dicen nada. Tras recorrer 150 metros la situación se hace insostenible. Rosa, con las manos heladas, intenta sin éxito ponerse unos guantes. La ayudamos y solo conseguimos que entre la mitad de la mano. En mi interior, el sentimiento de seguir pugna con el de darnos la vuelta. La cima esta muy cerca, sólo a cien metros en línea recta y menos de 15 de desnivel. En condiciones normales apenas un par de minutos. Hoy una eternidad…

Finalmente Martí le pone el cascabel al gato. Nos dice que si queremos continuemos, pero que él y Rosa se van para abajo. A Encarna, que es la que va mejor abrigada, no le parece mal continuar, aunque sólo sea para tocar la cruz de la cima y bajar inmediatamente. Pero yo también estoy helado… Lo que mas me jode es pensar en el jersey, el pasamontañas y los guantes secos  que llevo en la mochila. Sin un lugar donde guarecerse del huracán, es imposible sacarlas y ponérmelas sin arriesgarme a perderlas. Me doy cuenta de mi error y me siento fatal. Tendría que haberlo hecho antes, cuando pararon las chicas… Ni tengo, ni quiero tener argumentos contra la propuesta de Martí. Así que, tras acordarlo con Encarna, le digo que también nos vamos para abajo Me pasa por la cabeza hacernos una fotografía, pero pienso, ¿para qué…? Son las 11.40 h. El GPS marca 2302 m de altura. La cumbre esta a 2315 m… En todos los años que voy al monte no recuerdo una retirada tan cerca de la cima. 

Buscando salir del vendaval lo antes posible, abandonamos el cordal y bajamos en diagonal por la ladera oeste hasta encontrar nuestras huellas de subida. La situación mejora y nos detenemos para “componernos” un poco. Nos damos cuenta de que el viento se ha llevado la funda de la mochila de Encarna. Continuamos el descenso por la ruta que ya conocemos, sin correr (que las piedras mojadas o con nieve resbalan mucho) y sin parar. La nuestra es una huida serena en busca de zonas mas agradables. A medida que perdemos altura el viento encalma. Poco a poco la paz vuelve a nuestros cuerpos en forma de calor. Las manos reaccionan y duelen. Al igual que en la subida, caminamos en silencio entre la niebla,, sumidos en nuestros pensamientos. 

Tras dejar atrás los tres pequeños neveros, encaramos el descenso del tramo de canal estrecho y rocoso. De repente la niebla se abre y forma una ventana hacia abajo. Por primera vez desde que dejamos el coche vemos algo de paisaje. La moral sube y los ánimos, que no la euforia, se disparan. Son las 12.15 h y nos encontramos a 1915 m. “Antes de las tres nos estamos zampando un chuletón” pienso en voz alta…

Justo en ese momento oímos voces y un silbido que vienen de arriba. Nos detenemos y observamos en esa dirección (S). Entre la niebla distinguimos una figura que agita los brazos. Hasta ahora hemos ido en absoluta soledad y nos sorprende ver a alguien mas en la montaña. “No somos los únicos chiflados” le comento a Encarna. La figura sigue silbando y dando voces que no acierto a comprender. Hasta que oímos una palabra que nos estremece “¡Socorro!”… Al momento pregunto “¿Qué pasa…?”. La respuesta nos deja mas helados que el vendaval del cordal “Necesito ayuda, voy solo y me he roto una pierna…”. “Adiós al chuletón” pienso en voz alta. Dejamos el camino para ir al encuentro del accidentado. 

Remontamos la ladera de piedras resbaladizas con cierto temor por lo que podamos encontrar mas arriba. La niebla, que va y viene, medio oculta la figura que gesticula, grita y silba intentando guiarnos. Tras superar 115 metros de desnivel llegamos a una pequeña repisa donde encontramos a un chico tumbado en el suelo (12.31 h, 2030 m). La situación es mejor de lo que pensábamos. No hay sangre, el herido está sereno y no presenta signos evidentes de destrozo. Con cierto desorden nos cuenta que ha resbalado en las rocas mojadas, que cree que se ha roto el tobillo derecho (al intentar apoyar la pierna siente un dolor terrible en esa zona), que ya ha avisado al 112 y ha hablado con la Guardia Civil…

La experiencia en algunas situaciones parecidas, lo que he leído, oído y me han explicado, y el sentido común (que como todo el mundo sabe es el menos común de los sentidos), me ayudan a establecer un criterio de actuación :
●mantener la calma y la serenidad
●nada de intentar evacuar el herido; esperar y colaborar con el dispositivo de rescate
●como que aparte del problema de la pierna el hombre está bien, no hemos de auxiliarle médicamente (ni sabemos ni tenemos con que hacerlo) ; a lo sumo darle una pastilla de iboprufeno que le ayude a soportar el dolor
●nuestro papel debe ser acompañar al herido y atender sus necesidades, distraerlo e intentar que esté lo mejor y mas cómodo posible, que no tenga frío y no se mueva.
●en estas condiciones meteorológicas el rescate ira para largo, así que hemos de abrigarnos, ponernos cómodos y, sobre todo, armarnos de paciencia.

Con estas premisas nos organizamos. Después de dejar las mochilas y abrigarnos (al estar quietos y mojados se nota mas el frío) nos dedicamos enteramente al accidentado. Cuando este nos oye hablar en catalán el empieza a hacerlo en valenciano. ¡Sorpresa! Nuestro nuevo amigo es de un pueblo cercano a Xativa (Valencia) y vive en Tudela. Va bien equipado y se declara un habitual de la Sierra del Moncayo, que la conoce al dedillo. A pesar del mal tiempo hoy se decidió a hacer una ascensión matinal. Dejó el coche en santuario de Nuestra Señora del Moncayo y partió hacia la cima. Las malas condiciones meteorológicas y la ausencia de visibilidad hicieron que se perdiera cerca del cordal. Cuando se dio cuenta de que estaba en un lugar que no tocaba, decidió acortar yendo ladera a través. Entonces ocurrió el accidente... Enseguida avisó al 112. Unos minutos mas tarde se abrió temporalmente la niebla, nos vio y pidió ayuda…

En toda esta historia hay algo que no cuadra. Le preguntamos que cómo es que, si ha salido desde el Santuario, ahora está en la vertiente opuesta de la montaña. Muy sorprendido nos contesta “Hostia, pues si que me he despistado… Estaba convencido de estar en la otra cara y así se lo he comunicado a la Guardia Civil…” Por tanto lo estarán buscando en el lugar equivocado. La situación se complica…

Inmediatamente llamamos al 112. Nos atiende alguien de Zaragoza poco ducho en temas de montaña. Le explicamos el error y le damos las coordenadas que indica nuestro GPS. Nos sorprende que pregunten cuanto tiempo y distancia hay hasta el pueblo mas cercano (Cueva de Agreda) y si podemos bajar nosotros al herido. Evidentemente nuestra respuesta es NO. Nos dicen que avisan a la Guardia Civil. Al cabo de un rato nos llama la benemérita. De nuevo hemos de explicar qué, cómo y dónde. Nos preguntan por el estado del herido, si va abrigado, el tiempo que hace, las características del terreno donde estamos… La conversación finaliza diciéndonos que activan el dispositivo de rescate… 

Pasa el tiempo. Las llamadas de la Guardia Civil se repiten. Parece que valoran si han de actuar por tierra o por aire. Les decimos que creemos que lo mejor es la vía aérea, ya que ha parado de llover y la niebla se ha retirado a un centenar de metros por encima nuestro. Finalmente nos comunican que optan por el helicóptero y que se ponen en marcha…

Un momento especialmente sorprendente es cuando nuestro amigo llama a su mujer. Tras prepararla con un “tranquila y no te preocupes que estoy bien”, le dice con toda naturalidad que se ha roto una pierna en el monte, que no está solo y que está esperando que le evacuen. ¡Casi na…! La conversación finaliza con un sorprendente “Vete a comer con tus amigas y no me esperéis; en cuanto sepa a que hospital me llevan te llamo…”  Después de colgar nos explica que su mujer esta embarazada de 8 meses… ¡Menudo susto…!

No sabemos cuanto tiempo llevamos esperando. El frío se nota. Acomodamos lo mejor posible al herido y lo cubrimos con una manta térmica. El hombre es parlanchín y nos cuenta muchas cosas. Que ya se rompió la tibia y el peroné de la pierna izquierda, también en el monte. Que ha ayudado en varios rescates en montaña. Que uno de sus sueños siempre ha sido volar en helicóptero… ¡Menudo bicho esta hecho el tío! Continuamente miramos el cielo. El tiempo se mantiene. La niebla continúa mas arriba, hay visibilidad y sopla un viento moderado. Pero tememos que la situación cambie y complique el rescate…

Finalmente aparece el helicóptero. Se aproxima dando una gran vuelta y pasa algo alejado de nosotros. Ya nos han localizado. Nuevas llamadas telefónicas. En una segunda pasada el “pájaro” se acerca mucho mas, pasando unos cinco metros por encima. Nuestro amigo esta nervioso y emocionado. Nosotros también. Las maniobras de aproximación se repiten. Parece que hay problemas. El helicóptero vuelve al fondo del valle. Al cabo de unos minutos aparece de nuevo. Esta vez la cosa va en serio. Se acerca lentamente. A unos veinte metros de donde nos encontramos se detiene en vuelo estacionario, a poco mas de un metro del suelo, y salta un Guardia Civil. Después se eleva y desaparece valle abajo… 


Con la llegada del profesional nos sentimos liberados. El toma el mando de la situación. El  resto obedecemos. Es un chico joven y reservado, con pinta de escalador deportivo. Tras interrogar al herido y valorar su estado nos explica que el terreno y el viento hacen que el acercamiento del helicóptero sea una maniobra muy arriesgada. Cree que nosotros vamos con el herido. Le decimos que no y comenta que ha tenido mucha suerte en encontrarnos, ya que por este valle sube poca gente. “Desde luego que ha tenido suerte”, le contesto… Pienso que de haber hecho cima y haber bajado por otro camino (como teníamos previsto hacer) ahora estaría mas solo que la una y con la gente buscándolo en el otro lado del monte…

El guardia pide que uno de nosotros le ayude a llevar al herido a otro lugar mas adecuado para el helicóptrero y a subirlo al  mismo. Me ofrezco voluntario. A Encarna, Rosa y Martí les dice que se alejan unos metros. Nuestro amigo es de tamaño XXL. Trasladarlo hasta una repisa situada unos quince metros mas arriba será doloroso para él y duro para nosotros. Ponemos al herido de pie y le pedimos que, apoyándose en el guardia y en mí, de pasos con la pierna buena. La operación no es nada fácil debido a la envergadura del hombre y a las rocas resbaladizas. Poco a poco, con algún que otro traspié, que hace que nuestro amigo vea las estrellas, recorremos el trecho que hay hasta la repisa. Una vez allí nos sentamos en el suelo y esperamos el helicóptero que ya viene para aquí. Son momentos de intensa emoción. Levantando una fuerte corriente de aire y con un ruido ensordecedor, la máquina se  acerca a menos de dos metros e intenta apoyar la parte delantera de los patines. El viento lo balancea ligeramente y el terreno (de unos 30º de inclinación) está muy cerca de las aspas. El riesgo es grande y evidente, pero no me doy cuenta. Me concentro en estar listo para ayudar al accidentado en la cabina cuando se me diga. El guardia se acerca al helicóptero. Pero antes de llegar a tocarlo la máquina da un bandazo, sale de lado y se aleja valle abajo. Intento fallido… Encarna, Rosa y Martí han seguido la maniobra con el corazón en un puño. Yo me siento agotado y vacío…

La maniobra se repite sin éxito dos veces mas. “No vale la pena jugársela por un tobillo roto…” sentencia el guardia civil. Intenta hablar por radio con el resto del equipo de rescate, pero al walkie se le han agotado las batería y tiene que usar un de nuestros teléfonos... Se decide evacuar al herido por tierra hasta un nuevo lugar, situado mas abajo, donde el helicóptero pueda acceder sin riesgo. Miro a nuestro amigo y le digo, “Ahora si que nos lo vamos a pasar bien…” El sonríe forzadamente y no dice nada…

Por el fondo del valle sube otro guardia. El hombre es un atleta y en unos minutos se reúne con nosotros. El herido bajará igual que ha subido hasta aquí, apoyándose en dos espaldas y yendo a la pata coja. Como que será muy lento y cansado habremos de turnarnos en el acarreo. Cada vez tengo mas claro que hoy no dormiremos en Begues. Los guardias inmovilizan la pierna del herido con una férula. Seguidamente se inicia la evacuación…

La comitiva de rescate es muy simple. Los dos guardia civiles pasándolas putas cargando con el accidentado, que intenta olvidar el dolor y poner buena cara. Yo que les acompaño con su mochila (que pesa un huevo) fijada a la mía (que tampoco se queda corta). Encarna, Rosa y Marti alrededor nuestro, indicando los mejores sitios para bajar y atentos a cualquier cosa que pudiera suceder. La situación me recuerda una procesión de Semana santa. Caminamos muy poco a poco, haciendo paradas cada tres o cuatro pasos para que tanto los guardias como el herido puedan descansar. Sólo falta que alguien nos cante una saeta… Esta claro que así no llegaremos de noche, si no mañana... Me pregunto como afectará a la pierna tamaño meneo. Deberíamos transportar al accidentado en una camilla de esas que se llevan entre cuatro, y cambiarnos continuamente antes de agotarnos físicamente. Pero no hay camilla y falta gente. Quiero suponer que ya esta subiendo a pie un equipo de rescate bien equipado. Pero si es así, ¿por qué estamos haciendo este acarreo…?


En media hora descendemos unos 70 metros de desnivel. El fondo de la canal y el GR ya están cerca. No hemos hecho mas que empezar y ya estamos baldados. Conscientes de que la cosa no funciona, uno de los guardias llama por teléfono. Después nos dice que el helicóptero va a volverlo a intentar. Me sorprende porque el terreno es peor y hace mas viento que cuando se probó mas arriba. La maniobra será mucho mas arriesgada. Les doy la mochila de nuestro amigo y nos apartamos una treintena de metros.

Unos minutos mas tarde llega el pájaro. La situación similar a las anteriores. Muy lentamente se aproxima hasta dos metros escasos de los tres hombres. Sigue avanzando centímetro a centímetro, manteniéndose en el aire con un ligero balanceo. Finalmente consigue apoyar la parte delantera del patín en el suelo e inclinarse levemente hacia delante. El extremo de las aspas esta muy cerca de las rocas. Un pequeño desequilibrio podría causar una catástrofe. Encarna me dice que antes pasó lo mismo, pero entonces no lo veía... ¡Que miedo! Después de unos instantes eternos, uno de los guardias consigue abrir la puerta, sube al interior y tira hacia arriba del herido, que entra en la cabina como si lo impulsara un resorte. Después se encarama el otro guardia que lleva la mochila en una mano. En ese momento la máquina tiene un ligero desequilibrio, se balancea y eleva bruscamente. La maniobra hace que el hombre suelte la mochila para poder agarrarse y no caer. El helicóptero sube mas, bascula lateralmente y sale disparado valle abajo. Mientras tanto la mochila baja rodando por la ladera y se detiene cerca del fondo de la canal. Son las 15.31 h. Sonrío pensando que al final nuestro amigo ha hecho realidad su sueño de volar en helicóptero… Han pasado casi 3 horas desde que empezó todo. Considerando como iban las cosas me parece poco tiempo. Podremos dormir en casa…
 

Nos quedamos solos. Después de tanto ajetreo nos sentimos extraños sin nadie mas. Recojo la mochila del herido y la sujeto a la mía. Tenemos el email del dueño, por lo que ya encontraremos la manera de hacérsela llegar. Tras un breve alto para serenar el cuerpo y la mente bajamos hasta el GR y proseguimos el descenso en el punto donde lo dejamos. La bajada es tranquila, sin niebla, ni frío... Hacia abajo podemos disfrutar del paisaje que no vimos cuando subíamos. Hacia arriba el Moncayo sigue tapado…

Ya en la pista, poco antes de que lleguemos al pueblo, viene a nuestro encuentro un todo terreno de la Guardia Civil. Del mismo sale uno de los guardias que participaron en el rescate. Tras saludarnos le entregamos la mochila. Preguntamos por el estado del accidentado, pero no sabe nada. Nos da las gracias por todo y nos despedimos con un choque de manos que bien podría haber sido un abrazo. No sabemos como se llama, posiblemente no nos volveremos a ver, pero las vivencias que hemos compartido son de las que se recuerdan. Me pregunto que sueldo paga un trabajo en el que uno se juega la vida para ayudar a los demás…

A las 17.02 h llegamos al coche. El cielo se ha vuelto a poner negro y empieza a lloviznar. Nos cambiamos de ropa y calzado. Tardamos un rato en resolver el puzzle de colocar todos los trastos en el maletero del coche de Rosa. Después nos zampamos una empanada que  compramos en Agreda, regada con una botella de 1.5 l de Aquarius bien fresquita. Unos minutos antes de la 17.30 h iniciamos el viaje de vuelta a casa.  A las diez de la noche llegamos a Begues.  Nos sentimos física y psíquicamente cansados…

De esta forma finaliza nuestro intento al Moncayo. Los hechos y  las circunstancias acontecidas han sido excepcionales, por lo menos para nosotros. A toro pasado, podría analizarse todo lo ocurrido y el por que, sacando conclusiones y enseñanzas. Pero no voy a hacerlo. Aquí están los hechos. El que quiera que juzgue y valore. Pero que no olvide que, como todo en esta vida,  en temas de montaña nadie esta libre de culpa. Como dijo uno de los guardias civiles del rescate, sólo te pasan cosas si haces cosas… 

EniEn - Mayo 2010

3 comentarios:

  1. Hay es nada Enric, un relato fascinante, cuento y drama-intriga incluidos,y hasta has incluido unos consejos de los mas didácticos a tener en cuenta en la montaña a la hora de afrontar un rescate.

    En enhorabuena y un abrazo

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  2. Que gran relato Enric, interesante, ameno y absorvente y qué gran aventura que contar. La retirada tan cerca de la cima es una lástima, pero como decía mi abuelo: "un soldado cobarde vale para dos guerras". Jejeje, siempre se puede intentar otra vez.
    Un saludo.

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  3. Pues vaya vaya con el Moncayo. Parece un pico de vacas pero cuando sopla el cierzo puede ser un infierno. La moraleja es que en la montaña siempre hay que ir bien equipado. Como dice un colega mío: no hay enemigo pequeño.
    Bueno, me alegro del final feliz.

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